Tanto dependía pues de la buena voluntad de los rebeldes: vivir o no de acuerdo con los ideales de sus solemnes consignas. Blair había sabido desde el principio que el honor de aquellos hombres era la mejor garantía de su vida, y con el tiempo atisbó la esperanza de haber encontrado un grupo humano con una pasión, un sentido del propósito parecidos al suyo. Parecían estar auténticamente concienciados, entregados ferozmente a la lucha; para confusión inicial y recurrente de Blair, también estaban forrados de dinero. Tenían lo último en ordenadores y móviles, uniformes elegantes, todoterrenos de relumbrón, y un potente arsenal de alta tecnología –por no hablar de walkmen y videograbadoras–, todo, según la radio, financiado por las ganancias ilícitas del narcotráfico