Yo no podía curar a Marcus, aquello lo sabía, pero podía intentar ayudarlo. Podía mantenerme cerca, podía demostrarle que no tenía nada que esconder. Y podía decirle, en un susurro:
—No fue culpa tuya.
Fue como si mis palabras chocaran contra un muro y, con la fuerza del golpe, lo rompiesen en mil pedazos. Vi las grietas extenderse. Y después simplemente se echó a llorar. Sus hombros temblaron. Dejó caer la cabeza, derrotado, cansado. No entiendo cómo había aguantado tanto. No entiendo cómo podía haber soportado tantos años de secretos junto al corazón. Pero en aquel momento, con ellos fuera, puestos sobre la alfombra junto a las cartas que habíamos estado investigando, se derrumbó.