Y así, de boca en boca, todas las ballenas del Pacífico se enteraron de mi presencia y seguro que me hubieran encontrado mucho antes si Pimfu no hubiera ido a pedir ayuda a un despreciable buque japonés y muriera atravesada por un arpón, la misma suerte que corrió Lamfu en manos de un buque noruego. La caza de ballenas es un crimen abyecto.