—Te encontraré —susurró—. Te lo prometo. Aunque deba soportar doscientos años de purgatorio, doscientos años sin ti. Ése será el castigo por mis crímenes: por haber mentido, matado, robado y traicionado. Pero algo me salvará a la hora de la verdad. Cuando esté frente a Dios, tendré algo que decir que compensará todo lo demás.
Su voz se apagó, convirtiéndose en un murmullo, y estrechó sus brazos alrededor de mí.
—Dios, me diste una mujer única. Y yo la amé como correspondía.