La primera es que el negativismo persistente es espiritualmente peligroso. La persona cuya ambición en la vida es descubrir todo lo que está equivocado, ya sean equivocaciones en la vida o en alguna parte de ella, como la exégesis, se expone a la destrucción espiritual. Agradecer a Dios las cosas buenas y su soberana protección y propósito incluso en las cosas malas es la primera virtud que irá por la borda. Seguida rápidamente por la humildad, ya que la crítica, que sabe mucho de los fallos y las falacias (¡especialmente de las de los demás!), hace que los que critican se sientan superiores. El tratar de imponerse a los demás espiritualmente no es una virtud cristiana. El negativismo prolongado alimenta demasiado el orgullo. Por lo que he observado, los estudiantes del seminario, por no hablar de los conferenciantes, no están exentos de este tipo de peligro.