Dejado a su suerte, el resentimiento se prolonga en el tiempo, debilita a la persona para combatirlo y le atenaza. Es un tóxico para la inteligencia —nubla el juicio y la objetividad— y para la voluntad —la hace rígida e incapaz de seguir a la inteligencia en la dirección del perdón—. Como si de un material radioactivo se tratara, va intoxicando hasta afectar todas nuestras estructuras vitales, en este caso mentales, de manera imparable