momento puntual del reflejo de la propia cara: cuando, a causa de una fuerte impresión, de una emoción intensa que nos conmueve a nivel físico, el gesto se nos descompone y lo que refleja el espejo no es propiamente nuestro rostro, que aparece transformado por el susto o por el desconsuelo: es la cara de otro que tiene nuestros ojos. Esto explicaría la costumbre judía de cubrir los espejos de la casa cuando se vela a un muerto, y también la creencia china de que no se debe dormir frente a un espejo porque nuestro rostro, raptado por el sueño, no es, en puridad, nuestro.