cierto es que no soy nada y no he conseguido ser nada, a estas alturas lo digo sin amargura y con cierto sentimiento de alivio. Ser algo, definirse, tener una idea de lo que uno es en el mundo es una demanda tiránica que se nos hace desde niños, cuando nuestros mayores nos repiten una y otra vez esa pregunta envenenada de qué quieres ser de mayor, una pregunta con la que nos inyectan una y otra vez la ansiedad de tener que definirnos con una palabra que explique nuestra manera de estar en el mundo, que si somos buenos será nuestra actividad laboral, y si fallamos será el adjetivo con el que otros nos definan: un yonqui, un vago, un inútil.