Su capacidad de volar es un don recibido del cielo por ser considerada una figura de proveniencia divina (por eso, en ciertos lugares de Oriente, el dragón, aunque sin alas, posee igualmente el don del vuelo). Mientras en gran parte del Occidente europeo el dragón-serpiente presenta connotaciones negativas y destructivas (véanse las numerosas luchas del héroe o del santo que debe matar al dragón malvado, como las de Seth contra Apofis en Egipto, la de Apolo contra Pitón y la de Zeus contra Tifón en la mitología griega; San Jorge, San Silvestro y San Marcelo contra el dragón en la iconología cristiana), en Oriente –y en el Occidente americano– es venerado como figura celeste, poderosa y sabia, dispensadora de salud y felicidad, benéfica para la agricultura por su capacidad de generar las lluvias y de controlar los ríos y los mares, origen de las dinastías imperiales (en China especialmente) y, en algunos lugares, incluso, fuente creadora del universo.
En el Cercano Oriente encontramos ya historias míticas del dragón-serpiente en la mitología sumeria y babilónica del 1200 a.C., sobre todo el héroe épico babilónico Marduk, que deviene dios de los dioses al derrotar al dragón-serpiente hembra Tiamat, cortando su cuerpo en dos partes que dan origen al cielo y a la tierra. También lo encontramos en las sagas nórdicas y célticas (véanse Beowulf y el dragón Fafner de los nibelungos en la leyenda de Sigfrido), en la heráldica medieval de Oriente y Occidente (como símbolo de custodia y fide