El profesor de felicidad:
"—Pero, Raf, hijo mío, ¿cómo pretendes tal cosa? Tu padre nunca te lo permitirá. Es absurdo, Raf, inconcebible en una persona como tú. Además, ¿no has viajado ya bastante? Tu padre te necesita en la fábrica. Ya no es un niño y el negocio necesita una mano dura que lo guíe. Tienes veinticinco años, has estudiado cuanto has querido sin terminar nunca una carrera. Te gustan las lenguas y has estudiado idiomas. ¿Cuántos dominas? Cinco, me parece. Ahora quieres aprender el español… Temo, Raf, que tu padre no lo consienta.
El llamado Raf se hallaba ante la ventana y miraba al exterior con vaguedad. Indudablemente el sermón de su madre le tenía sin cuidado. Dejó de contemplar el parque, los dos autos negros que había detenidos ante la escalinata principal del palacio, y con mucha calma se volvió hacia la dama."