Si en 2018 me hubieran preguntado cuál creía que sería el próximo de mis hermanos en morirse, jamás habría dicho que Jorge. Porque, claro, siempre sigue alguien, y en una familia como la nuestra ha sido común ese tipo de conjeturas. Ya se habían muerto mi padre, mi hermana María Clemencia y mi madre, pero Jorge era el último en mi lista. No solo por edad, tenía cincuenta y nueve y era el sexto de siete hijos,1 sino por vegetariano, abstemio y no fumador y, sobre todo, por ser soltero y no tener hijos. Jorge era el músico al que, desde que tengo memoria, le oí decir que no se “alquilaba”. Por lo tanto, no sufría de estrés laboral. En los últimos años decidió que solo quería tocar tiple, componer, hacer concier-tos didácticos, investigar y escribir sobre este instrumento, y reiteraba con humildad que no le quedaba tiempo para nada más.