A veces creemos que darle todo a los hijos es una buena idea y nos esforzamos por entregarles lo que a nosotros nos hizo falta en la infancia, como una forma de evitarles sufrimiento. Sin embargo, al tomar estas acciones, no los dejamos pelear sus propias batallas. Y, sin querer, los volvemos frágiles, ya que no dejamos que se pongan a prueba, que lo intenten, que fallen y que lo vuelvan intentar hasta que lo logren.