Acabas de cumplir ochenta y dos años y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te quiero más que nunca. Hace poco volví a enamorarme de ti una vez más y llevo de nuevo en mí un vacío devorador que solo sacia tu cuerpo apretado contra el mío. Por la noche veo, a veces, la silueta de un hombre que, en una carretera vacía y en un paisaje desierto, camina detrás de un coche fúnebre. Es a ti a quien lleva esa carroza. No quiero asistir a tu incineración; no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Oigo la voz de Kathleen Ferrier que canta «Die Welt ist leer, Ich will nicht leben mehr»17 y me despierto. Espío tu respiración, y mi mano te acaricia. A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo, nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos.