Treinta y cinco historias reales o que bien podrían serlo.
La calle tiene sus laberintos, sus personajes, sus vericuetos. A mayor cantidad de gente, mayor soledad. Entre tanta tecnología y menos comunicación las personas seguimos sin crecer.
El desamor puede ser el más cruel y eterno de los velorios que no admitiremos jamás.
El delirio suele ser discriminado y echado a menos, pero a veces inventarse una realidad alterna es mejor que una triste normalidad.
Los suicidas somos diferentes, nuestra sensibilidad es tal que ni nos quejamos cuando algo nos molesta. Silenciosos como vivimos nos vamos y la culpa queda como tumba en el rostro del otro que jamás podrá entender cómo ni cuándo.
Las historias no tienen que ser necesariamente verídicas para sacudir algún sentimiento. Pues, la duda puede ser inclusive más dulce.