Twisted Love

Había hecho lo imposible: convencí a Alex de que fuera a recoger manzanas

—¿Alex?

—¿Sí, Sunshine?

—Te amo.

Su rostro se suavizó.

—Yo también te amo

—No me rompas el corazón otra vez.

La cara de Alex se relajó.

—No lo haré. Confía en mí, cariño.

—Lo hago. —Era la verdad. Esta noche, había visto al verdadero Alex, despojado de todas sus máscaras, y confié en él con todo mi corazón

—¿Quieres que me quede?

No se refería a la galería, y ambos lo sabíamos.

Tragué saliva con dificultad y asentí de nuevo.

—Sí —susurré.

La palabra apenas había salido de mi boca antes de que Alex me atrajera hacia él y aplastara sus labios contra los míos.

Eso siguió sucediendo toda la noche. Terminaba una conversación solo para ser arrastrada a otra. Me sentí agradecida por todas las personas que querían hablarme y felicitarme, pero maldita sea, Alex era la única persona con la que quería hablar

Crees en lo mejor de las personas y eso es una fortaleza, no una debilidad. No dejes que nadie, y menos yo, te lo quite. —Sus ojos hicieron arder los míos, brillantes por el dolor—. Una vez me dijiste que había algo hermoso esperándome, algo que restauraría mi fe en la vida. Lo he encontrado. Eres tú.

La desconecté, con el corazón latiendo a un ritmo desesperado y solitario en mi pecho.

El avión había salido.

Ava se había ido

Sin embargo, por debajo del miedo, había un atisbo de orgullo. La chica que había temido acercarse al agua hace un año, que había soñado con viajar por el mundo, pero nunca había pensado que sería capaz de hacerlo, iba a tomar un vuelo internacional por primera vez. Volaría sobre un océano. Enfrentaría sus miedos. Siempre supe que podía hacerlo, y no necesitaba que yo ni nadie más la tomáramos la mano

Ava y yo no habíamos hablado en meses, pero quedaba un hilo que nos unía a pesar de lo que sucedió en Filadelfia. Algo me decía que si se subía en ese avión, eso cambiaría. Nosotros, o lo que quedara de nosotros, cambiaríamos. Y estaba aterrado

—Juro por Dios, Bridget

—¿Por qué quieres saber? —preguntó—. No es como si fueras a ir tras ella. Dijiste…

—¡Porque la amo! —Golpeé la mesa con las manos—. Ahí tienes, ¿feliz? La amo tanto que preferiría renunciar a ella que lastimarla. Pero si crees que voy a dejarla ir a otro país sola, sin protección, tendrás que pensarlo mejor. Ahora dame la jodida información de su vuelo.