En sus ruinas se pueden distinguir tres clases de lesiones que lo destruyen, las tres, en diferentes niveles: primero el tiempo, que ha hecho insensiblemente mella acá y allá y enmohecido por todas partes su superficie; después, las revoluciones políticas y religiosas, las cuales, ciegas e iracundas por naturaleza, se han abalanzado en tromba sobre él, han desgarrado su rico ropaje de esculturas y de cincelados, agujereado sus rosetones, roto sus collares de arabescos y de figuritas, y arrancado sus estatuas, unas veces por su mitra, otras por su corona; por último, las modas cada vez más grotescas y tontas que, desde las anárquicas y espléndidas desviaciones del Renacimiento, se han sucedido en la forzosa decadencia de la arquitectura.