El poderoso empresario Cay Lincoln era el único que podía salvar el negocio de relaciones públicas de Robyn. El trato era muy sencillo: él se convertiría en el socio capitalista, pero no interferiría en la marcha de la empresa. Robyn no tendría por qué trabajar con él…
Eso era ideal porque a Robyn todavía la atormentaba el apasionado beso que habían compartido hacía muchos años… y después del cual Cay había dejado de hablarle. Ahora era obvio que estaba impresionado al ver a la sorprendente mujer en la que se había convertido… y empezaba a desear que fuera su socia, ¡y no solo en el terreno profesional!