Era simple, pero precioso. Lo levanté y me lo puse en el dedo índice. Me encajaba a la perfección. Se me encogió el corazón. Sabía exactamente por qué me lo había dejado. En la época de los romanos, entregar una rama de olivo a un enemigo era un gesto de paz. Una lágrima resbaló por mi mejilla cuando recordé que él la había llamado rama de la verdad. Wrath, que probablemente había supuesto que yo no tenía mucho oro propio, me había dado la última pieza que necesitaba para convocarlo. Se había preparado para todo. Táctico hasta la médula