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Alfonso Reyes

El paisaje en la poesía mexicana del siglo XIX

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    poesía de Enrique González Martínez maduró en la provincia, es decir, en la soledad, y nos llegó ya madura a México, cuando él se incorporó a la pléyade del Ateneo de la Juventud. Estábamos acostumbrados a que la palabra nueva brotara en México, gran foco de la actividad literaria. Esta vez la palabra nueva nos la trajo un poeta que había preparado lentamente, lejos del bullicio de las tertulias, sus instrumentos técnicos, y que había acertado, en su retiro, a enfre
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    De las actitudes humanas ante la vida, la primera, la más elemental, es la acción. Su coronamiento es la heroicidad, y toda ella gravita en el mundo de la voluntad, dentro del bien y del mal. Mas en el mundo superior de la contemplación podrá ser que el espíritu no se contente con la presencia de las cosas, que busque su sentido y su trascendencia, su ser íntimo o sus relaciones externas, o bien que se mantenga en una perfecta virginidad interpretativa ante las cosas mudas.
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    paisaje, vivo en su inmaterialidad y con la invisible presencia de los dioses benéficos, ha de ser algo como un pensamiento suspendido; como un éxtasis en el torbellino de las formas; como una realización: unidad, siquiera momentánea, que alcanzan de pronto a combinar las fuerzas activas de la tierra la misma ostentación misteriosa con que los brazos de las plantas alzan, hasta lo más alto de sus tallos, el premio orgulloso de las flores.
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    Pero el paisaje, es tiempo ya de precisarlo, es algo esencialmente estático: es el escenario del bosque con su masa de verdura y su configuración inmóviles, aun cuando se deslice por el suelo una cinta de agua o el cielo esté mudando colores o las estrellas parpadeen. Pues acaso lo que en él hay de estático más bien surge de la inmovilidad del espectador, quien ha de ponerse, para perci
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    todo esto porque Petrarca, ante las bellezas naturales, no sentía la solicitación de expresarlas, ocupado en muy ajenas meditaciones: porque no había descubierto aún lo bello en la naturaleza.
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    orientación de una época puede distraernos momentáneamente hacia otros motivos espirituales, empañar y hasta cegar nuestra facultad de admirar el campo, y mantenerla, en todo caso, como en suspenso, como en estado latente, en tanto que una nueva moda artística nos atraiga nuevamente a cantar este sentimiento, perdido antes entre los repliegues del alma, operándose así, positivamente, el “descubrimiento de lo Bello en la Naturaleza”. Petrarca, cuenta Burckhardt, se atrevió a la ascención de una alta montaña; los viejos lo detenían al paso con malos augurios y amenazas: nadie, en el largo espacio de cincuenta años, había intentado tamaña audacia. Mas Petrarca no se detiene hasta contemplar las nubes bajo sus pies.
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    sentimiento de las bellezas del paisaje es, en efecto, parte integrante de nuestro ser espiritual, y forma cuerpo con el patrimonio común de nuestra sensibilidad. Empero, la particular orienta
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    paisajes, según la célebre fórmula de Amiel, no son sino un estado de ánimo y vi
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    Manuel José Othón es poesía bucólica. Mas si por esto hemos de entender la que tiene por principal y único fin la narración de la vida de los pastores, y no tanto de los pastores reales cuanto de los de aquella fingida Arcadia, habitadores “de los campos que huelen a ciudad”, y que todo el día pasaban en concursos poéticos para ganar el vaso o la oveja, cuando no en llantos y desesperaciones de amor, del todo contrarios al modo como tales gañanes suelen acallar sus impulsos, entonces la poesía de nuestro poeta no será bucólica; afortunadamente, no será bucólica.
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    paisaje natural para llegar por allí a la expresión de todo sentimiento; la que no se para tampoco en la mera descripción campestre, salvo hasta donde ella sirve para el desahogo poético, la poesía de Manuel José Othón es poesía bucólica.
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