Mosko-Strom

Un panorama gris de día más gris y vacío. ¿Y esta había de ser siempre su vida? ¿De una procesión de días así habría de estar compuesta esa cosa tan preciada y tan inestimable, tan superficial y tan profunda, que es la Vida de un Hombre?

Empezó a desazonarle esta continua fuga de su mundo circundante para concentrarse en su propio mundo interior, este continuo girar en torno a sí mismo como una estrella loca, desentendida de su sistema planetario

del formidable Drama mucho más íntimo y profundo que estaba viviendo desde hacía ocho días: el Drama de haberse encontrado a sí mismo; este Drama de vivir dentro de sí dialogando a todas horas consigo mismo; este constante salirse de la superficie de las cosas y de los hechos para penetrar en la esencia, en el alma de los hechos y de las cosas; este mirar la vida humana, no como un medio, sino como un fin, un fin sin término, un fin sin fronteras. ¿Y qué podía hacer él frente a este drama desarrollado en el escenario de su teatro interior, sobre el que todo telón final resultaba inútil?

Pero aquel trabajo natural, al aire libre, sin presuras, sin precipitaciones, sin terribles cronómetros medidores de la jornada, no estaba signado con el estigma del castigo y de la maldición que parecía pesar sobre este otro trabajo industrial, sobre estas faenas de la ciudad, quizá menos duras, pero más pesadas y agobiantes en su misma igualdad y monotonía, en su terrible racionalización de todo esfuerzo, repetido con precisión de máquina

«¿Y qué pueden valer tus pequeños egoísmos individuales al lado de esta imperiosa necesidad colectiva?».

La Muerte sirviéndole de cauterizador para sus recientes heridas morales, pero abriendo al propio tiempo en su espíritu la ancha herida incurable de la Inquietud y la Duda perenne

El silencio volvía a abrir ahora otro de sus largos paréntesis, uno de esos abismos rellenados de palabras no dichas, de pensamientos deshilvanados, que son como el auténtico tejido de la conversación.

Una vida en la máxima trepidación, en el máximo aturdimiento, en el más espantoso vacío de sí mismo.

Amistades, recuerdos, familia, alegría o tristezas, todo lo que podía constituir, en fin, el bagaje espiritual del hombre, quedaba borrado, aplastado, reducido, cuando más, a una serie de leves sensaciones bajo el peso de la sola gran inquietud: el triunfo material.

Volará en balde, porque huye de sí en lugar de venir hacia sí.