A grandes rasgos, la simplicidad voluntaria puede ser entendida como un estilo de vida que implica minimizar conscientemente el consumo derrochador e intensivo en recursos. Pero también comporta reimaginar «la buena vida» dedicando progresivamente más tiempo y energía a perseguir fuentes no materialistas de satisfacción y de significado. En otras palabras, la simplicidad voluntaria implica adoptar un nivel material de vida mínimamente «suficiente», a cambio de más tiempo y libertad para perseguir otras metas vitales, tales como compromisos comunitarios o sociales, más tiempo con la familia, proyectos artísticos o intelectuales, producción doméstica, empleo más gratificante, participación política, exploración espiritual, relajación, búsqueda del placer, etcétera; ninguna de las cuales tiene por qué depender del dinero, o de mucho dinero.