Pero Proust no busca la colaboración del destino para condenar a sus personajes. Triunfan, a veces, los más impuros. La señora Verdurin acaba por ser princesa. Sufren, en ocasiones, los más virtuosos. La abuela del narrador muere muy tristemente. Sin embargo, todos, hasta en la propia dicha, precaria siempre, llevan consigo su propio infierno. Desde ese punto de vista, el autor de En busca del tiempo perdido —tan bondadoso en lo personal y tan parecido a Mischkin, según Stephen Hudson— resulta más cruel que el profeta entusiasta y duro de La muerte de Iván Ilich.