Cam, entretanto, había comenzado a extraer objetos de la caja para dejárselos en el regazo: un rubí suelto de por lo menos tres centímetros de diámetro, un par de pulseras de diamantes, unos collares con enormes perlas negras, un broche con un zafiro ovalado del tamaño de un soberano, un colgante con un diamante en forma de lágrima incrustado y un variado surtido de anillos adornados con piedras preciosas.
—Creo —dijo Amelia, señalando el brillante montón— que esto será suficiente para poder reconstruir Ramsay House dos veces.
—No del todo —dijo Cam, observando el lote con una mirada especulativa—, pero casi.
Ella frunció el ceño mientras revisaba las joyas de incalculable valor.
—¿Cam…? —preguntó ella, tras una dilatada pausa.
—¿Hum? —Cam parecía haber perdido interés en el tesoro, y estaba absorto acariciando un mechón suelto del pelo de Amelia.
—Creo que será mejor que por el momento no le digamos nada de esto a Leo, hasta que él… sea un poco más cabal. Si no, me temo que hará algo irresponsable.
—Yo diría que es una opción sensata. —Recogió las joyas para volver a meterlas en la caja y cerrarla—. Sí, esperaremos hasta que sea el momento adecuado.
—¿Crees —preguntó Amelia con cierta vacilación— que Leo cambiará ahora de actitud? ¿Que va a mejorar?
Al oír el tono de preocupación de Amelia, Cam la cogió entre sus brazos y la acurrucó contra él.
—Como dicen los romaníes: «No hay vardo que lleve siempre las mismas ruedas.»