Los autores, Julio Pinto y Gabriela Rodríguez Rial, encaran esta obra con un abordaje similar al que Norberto Bobbio, padre fundador de la ciencia política italiana, utilizar en 1951 para definir el sentido que debía asumir el debate politológico en el momento en que estaba refundando la democracia italiana en circunstancias afines a las nuestras. “Al hombre de cultura no le corresponde otra competencia que aquella de comprender, de ayudar a comprender […] Lo importante es que el hombre de cultura, cuando está comprometido en su función que es aquella de comprender, no se deje trastornar por los dogmáticos de toda ortodoxia o por los pervertidos de toda propaganda, los cuales estarán siempre dispuestos a echarles en la cara la acusación que él –por el hecho de que no escoge la alternativa de derecha— traiciona a la civilización, o –por el hecho de que no escoge la alternativa de izquierda— se opone a progreso. No existe para el intelectual más que una forma de traición o de deserción, la aceptación de los argumentos de los “políticos” sin discutirlos, la complicidad con la propaganda, el uso deshonesto de un lenguaje voluntariamente ambiguo, la abdicación de la propia inteligencia a la opinión sectaria, en una palabra, el rechazo de ‘comprender’, y de tal manera aportar a los hombres la ayuda a infringir los mitos, a despedazar el círculo cerrado de impotencia y de temor, en el que se revela la contagiosa inferioridad de la ignorancia”.
Esperan haberlo logrado, corresponderá a los lectores considerara si lo hicieron o no.