Las negras sabían la historia. Se la contaban a los niños que iban por encanto de miedo a lanzarle piedras al silencio del fondo. A escupirle la cara al agua. A mirar, a mirar sin cansarse nunca de mirar el Alma del pozo; al Ahogado, que no alcanzaban ver, pero que los veía a ellos, hundiéndose más hondo.