Por tanto, considerándola desde un igualitarismo radical, una sociedad del rendimiento es forzosamente injusta, por cuanto que se basa en capacidades que no son iguales en todas las personas. Y sí, es cierto: es simplemente ingenuo creer que el mérito y el éxito se deben solo al propio esfuerzo y no a factores contingentes (los genes, el aspecto físico, el lugar de nacimiento, etc.)