El cuerpo del joven, herido en pleno salto, cayó pesadamente sobre las rocas.
Vera se acercó revólver en mano, dispuesta a tirar por segunda vez.
Pero esta precaución fue inútil…
Philip Lombard estaba muerto… de una bala en el corazón.
Vera experimentó un delicioso alivio.
Su pesadilla desaparecía al fin. No tenía que temer más y sus nervios se tranquilizarían.
Estaba sola en la isla. ¡Sola con nueve cadáveres…! ¡Qué le importaba! ¿No estaba ella viva?
Sentada sobre las rocas disfrutaba de una felicidad absoluta. Una serenidad perfecta… ¡Nada que temer!