Cabe agregar
Dos reflectores se encendieron apuntando al escenario. Me cubrí los ojos. ¿Qué clase de humillación era esa? ¿Un circo romano moderno? ¿Los leones me devorarían ante la mirada insidiosa de mis colegas? El anfiteatro semicircular estaba lleno. Al frente había un podio de madera, una mesa de honor y una silla central, donde estaba yo, el acusado. Volteé a ver a la audiencia. Debían de ser más de ochenta médicos. ¿Qué hacían ahí, mirándome con morbo disfrazado de interés? ¿Acaso los pacientes de todos ellos habían decidido tomarse un receso?
—Buenos días —el doctor Olegario, detrás del podio, hacía las veces de coordinador—. Les damos la bienvenida a los magistrados del Cuerpo Colegiado de Médicos Cirujanos.
Fueron entrando uno a uno. Debían ser ocho o diez. La luz me deslumbraba. Olegario mencionó el nombre de todos, golpeó con el mazo, dijo la fecha y hor