Esta antinomia descansaba en la suposición de que yo mismo estaba desprovisto de carne, de realidad, de acción. Es cierto, desde luego, que al principio la carne llegó a mí tardíamente, pero yo ocupaba la espera con palabras. Sospecho que debido a la tendencia que he mencionado antes, yo no la percibía, entonces, como «mi cuerpo». De haberlo hecho, mis palabras hubieran perdido su pureza. Habría sido violado por la realidad, que se convertiría así en algo ineludible.