Por eso podemos afirmar sin temor que la oposición entre fascismo y comunismo, en rigor, no tiene ningún sentido. Así, la victoria del fascismo solo puede lograrse por el exterminio de los comunistas; y la victoria del comunismo, por el exterminio de los fascistas. Es obvio que, en estas condiciones, también el antifascismo y el anticomunismo están, a su vez, desprovistos de sentido. La posición de los antifascistas es “todo antes que el fascismo; todo, comprendido el fascismo bajo el nombre de comunismo”. La posición de los anticomunistas es: “todo antes que el comunismo; todo, comprendido el comunismo bajo el nombre de fascismo”. Por esta hermosa razón, cada uno en su campo respectivo, está de antemano resignando a morir y, sobre todo, a matar. Durante el verano de 1932, en Berlín, se formaban frecuentemente en la calle pequeñas aglomeraciones en torno a dos obreros o
pequeñoburgueses, uno comunista, otro nazi, que discutían entre sí. Después de un rato constataban siempre que defendían programas estrictamente iguales; esta constatación les deba vértigo, pero aumentaba en cada uno el odio contra un adversario tan esencialmente enemigo que seguía siéndolo aunque sostuviera sus mismas ideas.