A nadie se puede dar pruebas de la fe en Dios dejando de lado el componente existencial, pues cada cual se vería así, en lugar de provocado a la fe, dispensado de ella: una demostración puramente racional de la existencia de Dios que sea capaz de convencer a todos en general, a juzgar por las experiencias hechas hasta la fecha, no existe. Las pruebas de la existencia de Dios, en consecuencia, aparecen de hecho, sea cual fuere el juicio que merezca la «posibilidad» abstracta del conocimiento de Dios en el sentido del Vaticano II, como no coercitivas para todo el mundo. Ni una sola de las pruebas es universalmente admitida.