Se le fue el alma al suelo.
Era Cas, de rodillas, con una espada contra el cuello. Un hombre armado y con expresión decidida se preparaba para cortarle el cuello.
Comenzó a moverse antes de darse cuenta de que iba hacia él, sin hacer caso de los gritos a sus espaldas.
De repente ya no vio a Cas, y por un terrible instante pensó que el hombre había conseguido matarlo, pero Cas se alejó de la cuchilla y se levantó de un brinco a una velocidad que Em nunca había visto. Y ella que creía que cuando pelearon con espadas él había dado todo de sí.
Em saltó sobre una vid, con los dedos sudorosos en la empuñadura de su espada. Cas arrojó su cuerpo contra el hombre y ambos cayeron.
Cas se puso en pie. Tenía la espada en las manos. Em, a unos pasos de él, se detuvo tras un resbalón, justo a tiempo para ver cómo Cas hundía la espada en el pecho del hombre.
Cas se dio la vuelta, con la espada llena de sangre aún suspendida en lo alto frente a él. Sus miradas se encontraron.
Estaba sucio, con los pantalones manchados de algo oscuro, probablemente sangre. Llevaba una camisa azul del personal del castillo abotonada a la mitad y llena de mugre. Tenía unas grandes ojeras oscuras. Había envejecido no tres días sino tres años.
Se le crispó el rostro, y Em pudo sentir cuánto la odiaba. La odiaba con todo su ser, la odiaba con una intensidad para ella desconocida.
La embistió, y Em levantó la espada justo a tiempo para bloquear el ataque. El ruido de sus espadas resonó en todo el bosque. A Em el corazón le empezó a latir tan fuerte que sintió náuseas.
—Cas… —dijo Em, tragándose las palabras cuando él cargó contra ella.
Cas le hizo un corte en el cuello con la cuchilla y Em retrocedió.
Él la siguió, blandiendo la espada peligrosamente cerca de su pecho. Ella la bloqueó y levantó su espada para protegerse del siguiente ataque.
Cas le lanzó una patada a la rodilla. A Em se le doblaron las piernas y se desplomó, pero sin dejar de empuñar firmemente la espada. Apenas logró levantarse.
Cas tenía la espada apuntándole al cuello.
Em tomó aire. Cas estaba jadeando, con la expresión crispada y furiosa. No sólo estaba enojado: iba a matarla.
Ella pensó en disculparse, pero no estaba segura de querer que ésas fueran sus últimas palabras.
La cuchilla frente a ella tembló ligeramente, y Em levantó la mirada hacia Cas. Él apretó los labios. Una tristísima expresión de derrota le surcó el semblante.
Empezó a bajar la espada.
El cuerpo de Em se desplomó aliviado. Ella abrió la boca, buscando desesperadamente qué decir para que él no cambiara de opinión y la matara de inmediato.
—Yo…
Sus palabras acabaron en un grito ahogado cuando una flecha pasó zumbando frente a ella. Cas tropezó cuando se le hundió en la carne.