El libro de las costumbres rojas

DIME CON QUIÉN ANDAS

casi cualquier planta puede ser denominada una hierbamala si prolifera en un terreno no destinado a cultivarla.

Seguir existiendo es una decisión tomada a diario, cada mañana, antes del desayuno; una píldora de no muy buen sabor, pero que puede soportarse.

parece que existe menos. A veces eso quisiera. Apenas respirar. No pedirle aire al mundo, no pesar, o apenas, sobre la tierra. Podría desaparecer. Haber desaparecido. ¿Quién lo sabría?

Es absurdo tener vértigo por algo ajeno a uno mismo.

Mis manos son pequeñas. No alcanzan las cosas que deseo.

Dejarlo ir, pensé, déjalo ir, como si hacerlo no fuera también y sobre todo dejarse ir a uno mismo, negar una parte de lo que uno fue y ha dejado de ser.

¿Qué son las palabras sino eso, una alteración física, una forma muy leve de tocar a los otros?

Habitantes insomnes del espacio, los objetos también ejercen su peso sobre el mundo, se resisten a desaparecer. Yo me niego a deshacerme de ellos, incluso los que están al borde de la destrucción, pues hacerlo implicaría también borrar a la persona que era entonces, cuando los objetos existían plenamente. Son lo único que me queda de quien fui y yo, mi cuerpo, como todo buen objeto, quiere siempre y ante todo eso: permanecer.

De inmediato pensé en la casa, atiborrada de objetos a más no poder y que, además, cargaba con el peso de la desaparición de mamá. Decidí que la gravedad de la casa era mayor a la de cualquier otro sitio. Y eso explicaba la lentitud con la que el tiempo discurría dentro de sus muros, la forma en que los objetos alargaban su vida útil, o, más bien, su propia destrucción.