claridad inundaba la sala de estar. Tukhie, sentada en el sofá, le esperaba. Tenía la cabeza echada hacia atrás, como si riera, y en aquella postura se le abría la herida y se veían destellos de la tráquea. Stepan estaba desplomado sobre la mesa del comedor, con la mano derecha, que empuñaba la carta de protección, clavada en el tablero con un cuchillo de cortar carne. El doctor Philobosian dio un paso y resbaló, observando luego un reguero de sangre que salía al pasillo. Lo siguió hasta la habitación principal, donde encontró a sus dos hijas. Ambas estaban desnudas, tumbadas de espaldas. Tres de los cuatro pechos habían sido cercenados. Rosa tenía la mano extendida hacia su hermana, como si quisiera colocarle la cinta plateada que le cruzaba la frente.