—Soy yo.
Sus labios se movieron silenciosos contra la mano de él. Kev.
El estómago de Win se contrajo con un doloroso placer, y sus latidos palpitaron en su garganta. Pero todavía estaba enfadada con él, había acabado con él, y si había venido aquí a medianoche para hablar, estaba tristemente equivocado. Comenzó a decírselo así, pero para su sorpresa, sintió una gruesa pieza de tela descender sobre su boca, y luego se la estaba atando hábilmente tras la cabeza. En unos pocos segundos más, le había atado las muñecas por delante.
Win estaba rígida por la sorpresa. Merripen nunca había hecho algo así. Y aun así era él; le reconocería sólo por el tacto de sus manos. ¿Qué quería? ¿Qué le pasaba por la cabeza? Su respiración era más rápida de lo normal cuando le rozaba contra el cabello. Ahora que su visión se había ajustado a la oscuridad, vio que su cara estaba dura y austera.
Merripen arrancó el anillo de rubí de su dedo y lo colocó en la mesilla de noche. Tomándole la cabeza entre las manos, miró directamente a sus ojos desorbitados. Sólo dijo dos palabras. Pero explicaban todo lo que estaba haciendo, y todo lo que tenía intención de hacer.
—Eres mía.
La levantó fácilmente, echándosela sobre un poderoso hombro, y la cargó fuera de la habitación.
Win cerró los ojos, doblándose, temblando. Suprimió unos cuantos sollozos contra la mordaza que le cubría la boca, no de infelicidad o miedo, sino de descabellado alivio. Esto no era un acto impulsivo. Esto era ritual. Era un antiguo rito de cortejo romaní, y no había nada insignificante en él. Iba a ser raptada y secuestrada.
Al fin.