Quienes hemos escrito en los últimos años acerca de la niñez desde la perspectiva teológica, reconocemos que mucho antes de nosotros(as) —y cuando casi ningún teólogo(a), ni biblista evangélico mencionaba el tema en América Latina y el Caribe—, ya Edesio Sánchez Cetina lo hacía combinando esas virtudes que pocos aúnan: sapiencia bíblica (es un reconocido traductor bíblico), hondura teológica (es un acreditado maestro de teología en decenas de instituciones teológicas) y sensibilidad pastoral (he disfrutado de su calidez pastoral en la iglesia local en San José, Costa Rica, donde él se reúne con su familia).
Edesio comenzó a pensar en el significado de las alusiones proféticas acerca de la niñez (el profeta Isaías, por ejemplo), del significado del pequeño Zaqueo (Lucas 19) y de las narraciones sobre Naamán el sirio (2 Reyes 5) para descubrir en ellos la lógica infantil que es, según él, la lógica del reino de Dios. Y así, con destreza de maestro, siguió viajando por los relatos bíblicos encontrándose con sus niños y niñas. Eran más de los que sabíamos, decían más de lo que creíamos y ocupaban un lugar que desconocíamos dentro de la Historia de la Salvación. Nos invitó a descubrir a Dios mismo como niño, como un «gran juguetón», que se burla de los poderosos y hace bromas de las autoridades políticas y religiosas que so pretexto de ser adultos memorables abusan de su pueblo. Ese Dios juguetón se ríe de ellos y disiente de su mezquindad. Prefiere la nobleza de los que no saben del poder.
Esas lecturas (o mejor aún, relecturas) dejan clara la opción preferencial de Dios por las personas pequeñas. Y son estas lecturas las que le dan fundamento sólido a la teología de la niñez y develan el rostro escondido del Señor: lúdico, poético, inquieto, arriesgado y tierno, como nos lo reveló el mismo Jesús, glotón y bebedor de vino, según los fariseos, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores (Mateo 11:19). En ese reino no hay lugar para quienes se jactan de su propio poder, ni presumen de superioridad. Es reino de humildad, sencillez, pequeñez, alegría, paz, justicia y ternura, entre otras virtudes. Es el reino del niño que sueña, de la niña que trasmite alegría, de la muchachada que nos sorprende con sus travesuras y nos invita a pensar que nuestro mundo puede ser distinto.
— Harold Segura (tomado del prólogo, con pequeños cambios).