El arte de dar y recibir

Aprende a reconocer los indicios: un corazón grande y bueno es el que practica la generosidad sin esperar nada a cambio y se afana en seguir hallando buenas personas, incluso habiendo conocido a las peores.

¿Crees que nadie es ingrato? Yo creo más bien que, por el contrario, todo el mundo lo es, pues, como te decía antes, todos los necios son malvados y el que tiene un defecto los tiene todos. Y como todo el mundo es necio, todo el mundo es malvado, de ahí, entonces, que también todos sean ingratos.

El que actúa con gratitud no lo hace por conveniencia, sino porque lo conveniente es actuar así.

La gratitud no admite a la conveniencia como compañera, pues tan solo puede practicarse con desinterés.

Como sucede con todas las virtudes, la medida es el corazón.

¡Qué diferente es el corazón agradecido, esclavo solo de su propia bondad!

el que, mientras cuida al enfermo que dicta su testamento, tiene la mente puesta en sus propiedades y descendientes. Por mucho que cumplan con los deberes a que nos obliga la amistad, si lo hacen con el pensamiento y la esperanza de incrementar su propia riqueza, no son más que pescadores que lanzan el anzuelo, y colman de atenciones a los enfermos o velan los cadáveres como las aves carroñeras calculan a qué miembro de un rebaño le ronda ya la muerte.

Dios ha concedido a la especie humana dos dones que la elevan sobre el resto de los seres vivos: la comunidad y la Razón. Gracias a la comunidad, la criatura que, separada de su grupo, estaría en desventaja respecto a todas las demás ocupa de hecho la cúspide de la creación. La comunidad nos permite someter a los animales y además, a pesar de ser criaturas terrestres, nos confiere el poder en otras esferas, como por ejemplo los mares. Nos protege de la enfermedad, nos proporciona apoyo y compañía en la vejez, nos consuela en la aflicción y nos hace invencibles siempre que la Fortuna se abate contra nosotros. No obstante, privar de ella al género humano es romper la unidad que sostiene su vida.

Las buenas acciones, en cambio, nos permiten albergar la esperanza de que nuestras necesidades serán atendidas en el momento oportuno. El intercambio de favores y atenciones nos protege de los reveses e infortunios. Imagina que la especie humana consistiera en individuos aislados y sin conexión. ¿Qué sería de nosotros? Seríamos víctimas indefensas y presa fácil de las fieras salvajes. La Naturaleza provee de defensas a los animales solitarios, pero tan solo una fina capa de piel protege al ser humano.

No hay persona que se haya alejado tanto de la Naturaleza y la humanidad como para disfrutar de la maldad por sí misma. Pregunta a cualquier ladrón si no preferiría obtener por medios lícitos lo que consigue robando y descubrirás que los salteadores y bandoleros, antes que robar, preferirían encontrar por causalidad lo que roban. No encontrarás a uno solo que no deseara gozar de los beneficios de la maldad sin tener que cometerla. La luz de la virtud llega a todas las almas sin excepción. Que no sigamos sus mandatos no quiere decir que no los conozcamos.