Saúl se acerca hasta él apuntándole con la escopeta. La escena se vuelve dantesca en cuestión de segundos. Aturdido, Luis consigue abrir el ojo derecho y se da cuenta de que el atleta está encañonándole con el arma. La imagen es borrosa, pero suficiente para ser consciente de lo que está viendo. Se siente amenazado y, en su intento por defenderse, se lanza con el abrecartas en la mano contra Saúl, al que consigue clavarle la hoja afilada en un brazo. El grito del saltador de pértiga coincide con el ruido del disparo. Luis cae al suelo con un balazo en el pecho.
—¡Joder! ¡Me cago en la puta! —exclama Saúl, que se arranca el abrecartas del brazo. Suelta otro chillido desgarrador y después mira a Luis, que está tumbado en el suelo de la habitación.
Lucía corre hacia él y se agacha a su lado.
—¡Dios mío, Luis!
—Me muero.
—¡No! ¡No te vas a morir!
—Sí —dice el joven, que dibuja una última sonrisa—. Es lo que quería... de... verdad. Sin ti, mejor... muerto.
—¡Luis! ¡Por favor! ¡Aguanta!
—Reza... por mí. Dios, perdóname.
La chica intenta buscar el lugar exacto del que sale la sangre, que brota de su pecho a borbotones. Trata de tapar la hemorragia con las manos, pero es inútil. No hay solución. Es cuestión de unos segundos más. Luis muere en su bungaló. Es la sexta víctima que se cobra el campamento, el quinto miembro de aquel grupo de élite que había elegido el millonario Fernando Godoy. Aunque antes de cerrar los ojos para siempre, el joven le susurra algo a Lucía que ya no podrá quitarse de la cabeza:
—Te... mentí. Yo... no... no asesiné a Ale... Alexis, ni... a nadie.