Ensayos para una historia de economía doméstica

Mi madre no lo pensó con esas palabras, pero lo sabía.
Recuerdo los poemas que solía leerle: suenan muy bonito, pero la vida es otra cosa, me decía. Eran puras construcciones artificiales rebuscadas a las que sólo yo les daba un significado. Mientras tanto, ella se mantenía en pie a pesar de la violencia y la precariedad. La vida para mi madre fue una cadena de acontecimiento que resolvió de manera pragmática y uno de sus mayores orgullos es que yo accedí a un mundo cuya existencia ella apenas intuía. En cambio, la vida para mí ha sido una ficción literaria, como esta historia que lees sobre una mujer que trabajaba, mientras la otra leía.

Pienso en la importancia de las condiciones materiales para el ejercicio de la autonomía.

Después de mucho terminamos nuestra sociedad, se rompió el contrato y yo nunca entendí por qué no me quedé con aquel mueble que pagué con los ahorros producto de las clases que di en aquella escuelita que estaba en esa calle donde gente millonaria era aparentemente feliz. Tal vez él se preguntaba por qué lo engañé, por qué no logramos salvar este matrimonio si los dos tan brillantes, tan intelectuales.

Yo abría los ojos.
Pensaba:
él dice amor como si yo fuera algo suspendido en un lugar etéreo
y no, porque estoy parada sobre dos piernas que tiemblan.
Él dice amor y sus labios se abren como si el mundo fuera una pizca de sal.
Amor te amo y yo que si corro me caigo,
de veras me caigo.

Todos los días pensaba en la casa, una casa,
mi casa. Recordé aquella que vi en venta,
junté mis monedas y eran tan pocas.
Nunca serán suficientes, no alcanzarán y yo sueño con la casa.
Una. La mía, la del pronombre posesivo. La de ventanas grandes
que tantísimas horas de trabajo no alcanzarán a pagar
con años de explotación o cansancio. No dan para un techo
o jardín. ¡Cómo un jardín! ¡En qué estás pensando!
Lo que vale la tierra impagable, impensable,
insuficiente.

Da vueltas lo que esperamos y su valor sube,
se nos enreda. Nos recuerda lo que no alcanzamos, pero
queremos como si fuera algo urgente, tanto como la vida
y ese reducido espacio de rebeldía que le queda.

Regresé a casa y pensaba que no siempre es posible
escapar de las balas o de la tristeza.
Regresé sola a casa.

Es que la vida no es metáfora de nada, menos de algo sobre ruedas.
La vida no tiene ruedas y si las tuviera no sería una bicicleta.

Así nuestra historia. La historia. Esta ficción se llama noticia, se llama tú cuando te inventas todos los días.

Por ejemplo tú, diciendo que ya te vas y yo preguntándome por la imposibilidad y la filosofía romana.
Después de todo, siempre habrá temas más relevantes que el desamor.
Esa imagen casi trágica en la que un camino se parte en dos.