Precisamente en 2001 la Administración Bush aprobó una reforma fiscal que favoreció las rentas más altas. El clásico argumento de que la reducción del peso impositivo sería más que compensada por el impulso a la economía falló, como era de prever. El resultado fue una reducción de la recaudación, una pérdida de opciones para favorecer la cohesión social. Esto exacerbó el incremento de la desigualdad en EE.UU. que, después de décadas de reducción, había empezado con Reagan. La élite libraba una victoriosa guerra de clase, hecha de fiscalidad ventajosa, de desregulación de mercados, de globalización sin matices.