Fue poco más que un pico; apenas rozó los labios de Olive con los suyos y le puso una mano en la cintura para estabilizarla. Fue un beso, pero por poco y, desde luego, no justificaba cómo se le había desbocado el corazón en el pecho, ni que hubiera algo cálido y líquido dándole vueltas en la parte baja del vientre. No era desagradable, aunque sí confuso y algo alarmante, y la hizo apartarse al cabo de solo un segundo. Cuando volvió a posarse sobre los talones, Olive tuvo la sensación de que durante una milésima de segundo Adam la seguía para intentar llenar el vacío que se abría entre ellos. Sin embargo, cuando Olive se liberó de la bruma del beso con un parpadeo, él estaba erguido frente a ella, con los pómulos teñidos de rojo y el pecho subiendo y bajando al ritmo de las respiraciones entrecortadas. Lo último debía de haberlo soñado.
Tenía que retirar los ojos de él, ya. Y él también tenía que apartar la vista. ¿Por qué no paraban de mirarse?
—Bueno —di