Siempre tenían tiempo libre para ocuparse de la vida y milagros de los demás. Creían que debían unirse para ayudar al prójimo, como en aquella ocasión en que se unieron para decirle a una mujer que le había prestado su coche a un negro que el mejor sitio para ella era el Norte, con todos los demás amantes de los negros, o aquella otra vez, cuando echaron a los veteranos con esposas extranjeras. Si uno era distinto de los demás, tenía que marcharse del pueblo.