No hay atemporalidades ni palabras que en cada momento no me hayan pertenecido. Perdí la vergüenza el día que le perdí el miedo a la muerte, y a la vida. La vergüenza al poema pueril, al intento, al tumbo y al intento. Y al tumbo. Ya no me arrepiento de haber sido otra para ser, y mucho menos, de nunca haber dejado de serme hasta ser hoy, yo. Me leo con ternura y me premio valiente por el principio, por el medio y por seguir viviendo.
Será parcial, o no será, o no habrá sido nunca nada.