luego se entusiasma más; se corrige, asistimos al devenir de sus ideas y emociones: «pero debería ser pronto», dice, y «en realidad, una mierda de día», como si dijera «pensándolo bien» o «aceptémoslo». Esta venerable figura retórica, que se llama correctio y consiste en interrumpir brevemente el propio discurso para modificarlo, genera la sensación de que quien habla está pensando sobre la marcha, de que el discurso está vivo, moviéndose, en vez de ser algo prefijado y rígido.