En movimiento. Una vida

Pero sus palabras me persiguieron durante gran parte de mi vida, y tuvieron una gran importancia a la hora de inhibir e inyectar un sentimiento de culpa en lo que debería haber sido una expresión libre y gozosa de la sexualidad.

La vida hay que vivirla hacia delante, pero sólo se puede comprender hacia atrás.

Me volví hacia el profesor mientras hablaba, una figura diminuta recortada contra la pared de roca y hielo de doscientos metros; una imagen absurda, con su sombrero y sus pantalones arrugados, y sin embargo lleno de dignidad y autoridad. Se veía el poder de los glaciares y los torrentes, y no eran nada en comparación con el poder de ese orgulloso insecto que los inspeccionaba y comprendía

Me encantaban nuestros paseos en las frías y tonificantes mañanas del domingo, sobre todo cuando dejaba mi moto y Bud me llevaba de paquete en la suya. Íbamos tan apretados que a veces parecíamos un solo animal de cuero.

Me encantaban nuestros paseos en las frías y tonificantes mañanas del domingo, sobre todo cuando dejaba mi moto y Bud me llevaba de paquete en la suya.

Yo no soy así, pero aprecio tu amor y también te quiero, a mi manera.»

Me enamoré de su cara, de su cuerpo, de su mente, de su poesía, de todo.

Descubrió en mí algo interesante, y pronto nos hicimos amigos... y más, pues yo me enamoré de él. Era la primera vez en la vida que me enamoraba.

En aquella primera conversación descubrí que también tenía una beca Rhodes, que era poeta y que había desempeñado diversos trabajos a lo largo y ancho de los Estados Unidos.

Opinaba que las personas inteligentes debían casarse entre ellas y tener hijos, y de acuerdo con esa idea me concertó una cita con una muchacha americana que también disfrutaba de una beca Rhodes, una tal señorita Isaac.