El pedo histórico
Y he aquí, ¡oh dolor!, que en ese preciso momento, al joven, que tenía atiborrado el vientre de viandas pesadas y bebidas fuertes, se le escapó un pedo ruidoso, de lo más ruidoso, estruendoso y prolongado. ¡Alá ahuyente al Malo!
Al oír aquel fragor, cada una de las azafatas volviose a la que tenía a su lado y se puso a hablarle en voz alta, haciendo como que no oyera nada; y también la novia, en vez de echarse a reír o burlarse, púsose a sacudir sus pulseras, para apagar con su tintineo el tronido de aquel pedo.
Pero Abu-l-Hosein sintió tal vergüenza por lo sucedido que, pretextando una necesidad urgente, se salió de la alcoba precipitadamente y bajó al patio de la casa y ensilló una yegua y montó en ella, y dejando en aquel punto y hora casa, boda y novia, huyó de allí al galope, llorando amargamente, en medio de la tinieblas de la noche, y salió de la ciudad y atravesó los campos y cruzó yermos poblados, hasta llegar finalmente a Lahech, en la orilla del mar, y allí vio un navío que se disponía a zarpar con rumbo al Hindustán, y en él embarcó y surcó el mar hasta abordar a la ciudad de Kalicut, en la costa de Malabar […].
Y vivió Abu-l-Hosein en aquel país diez años, honrado y respetado y gozando de paz y de felicidad. Y cada vez que acudía a su memoria el recuerdo de aquel maldito cuesco, ahuyentábalo al punto de su imaginación, como se ahuyenta un mal olor […].
Pero al cabo de aquellos diez años, entrole a Abu-l-Hosein la nostalgia de su país […]. Se escapó de allí y regresó […].
Y por espacio de siete noches y siete días, escuchó atentamente lo que la gente decía. Pero al cabo de ese tiempo, al pasar por delante de la puerta de una casa, vio allí a una vieja, sentada en el poyo y ocupada en espulgarle los piojos a una chiquilla como de diez años. Y la niña en aquel momento le estaba diciendo a la vieja:
–Quisiera, madre, saber la edad que tengo […].
–¡Mira, hija mía, tú viniste al mundo el mismo año y la misma noche en que a Abu-l-Hosein se le escapó aquel pedo tan sonado!
Y no bien el desdichado Abu-l-Hosein oyó las palabras de la vieja, volvió sobre sus pasos y empezó a desandar lo andado, corriendo con unos pasos más ligeros que el viento.
Las mil y una noches