A través de la puerta medio abierta de una celda de la barraca vi, antes de quitarse su ropa de preso, al Pastor Bonhoeffer de rodillas, orando fervorosamente a Dios, su Señor. Aquella forma de orar, plena de entrega y segura de ser escuchada, de aquel hombre tan enormemente simpático, me conmovió profundamente. En el mismo lugar del suplicio hizo una breve oración y después subió resuelto y sereno a las escaleras del cadalso.