—Tenías razón, antari —dijo, pasando los dedos por el collar de metal—. La magia o es sirviente o es ama.
Kell luchó contra el marco de metal, las esposas le cortaban las muñecas.
—¡Holland! —gritó, la palabra hizo eco por la habitación de piedra—. ¡Holland, bastardo, pelea!
El demonio solo se quedó parado y observó, sus ojos negros, entretenidos, no pestañeaban.
—¡Muéstrame que no eres débil! —gritó Kell—. ¡Prueba que no sigues siendo esclavo de la voluntad de otro! ¿Realmente regresaste hasta aquí para perder de este modo? ¡Holland!
Kell se dejó caer contra la estructura metálica, con las muñecas ensangrentadas y la voz ronca, mientras el monstruo se daba vuelta y se iba caminando.
—Espera, demonio —dijo con voz atragantada Kell, forcejeando contra la oscuridad apremiante, el frío, el eco agonizante del pulso de Rhy.