La muerte en Venecia

Cierto es que ya de joven había considerado la insatisfacción como la esencia y la naturaleza más íntima del talento, y por ella había refrenado y enfriado el sentimiento

No obstante, sabía muy bien de qué profundidades había emergido tan de repente aquella tentación. Afán impetuoso de huida –¿por qué no confesárselo?– era esa apetencia de lejanía y cosas nuevas, ese deseo de liberación, descarga y olvido, ese impulso a alejarse de la obra, del escenario cotidiano de una entrega inflexible, apasionada y fría

Reposar en la perfección es el anhelo de todo el que se esfuerza por alcanzar lo sublime; y ¿no es acaso la nada una forma de perfección?

No debes sonreír así! ¿Me oyes? ¡A nadie hay que sonreírle así!»

Aschenbach sintió, apesadumbrado, que la palabra sólo puede celebrar la belleza, no reproducirla.

Jacinto, el joven condenado a morir porque dos dioses lo amaban.

e acercaba la diosa, aquella raptora de adolescentes que había arrebatado a Clito y a Céfalo y que, desafiando la envidia de todos los Olímpicos, disfrutó del amor del bello Orión.

Eros ama el ocio, y sólo para él fue creado. Pero, en aquella fase de la crisis, la excitación del aquejado lo impulsaba a producir.

hablaba de los ardientes temores que padece el hombre sensible cuando sus ojos contemplan un símbolo de la Belleza eterna

masa marmórea del lenguaje