Las diferencias de clase, atroces y terroríficas cuando lo que estaba en juego era el pan o un refugio, adquirieron una cualidad asesina cuando comenzó la lucha por el aplazamiento de la sentencia. Para «as fechas, los pobres estaban demasiado debilitados y deteriorados como para resistir o defender su vida de alguna manera. «Durante las operaciones de limpieza del ghetto, muchas familias judías fueron incapaces de luchar, de suplicar, de escaparse, y también incapaces de trasladarse al punto de concentración para terminar de una vez. Esperaban a los grupos de ataque en sus casas, congelados e indefensos»[27]. Los ricos y los que no estaban tan necesitados intentaban elevar la puja en un intento, casi siempre vano, de conseguir los pocos pases de salida que los nazis, como norma, arrojaban a las muchedumbres aterrorizadas. Pocos recordaban que el éxito de una víctima implicaba la perdición de otra. Se ofrecían y se aceptaban fortunas por las mágicas chapas que exoneraban al que la llevaba de la «acción» inmediata.